Pastoral 19 de Febrero - Ap. Alberto Magno Sales de Oliveira
¡Hablando a Dios a favor de los Hombres! – Parte III
La oración cementada en estas convicciones profundas y solemnes es la única oración verdadera. Amados, la predicación y el mensaje escudados por esta oración es la única prédica que esparce las simientes de la Vida Eterna en los corazones humanos y prepara el hombre para el Cielo.
Los predicadores que cosechan poderosos resultados para Dios son los que prevalecen en sus súplicas a Dios, antes mismo de lidiar con sus semejantes. Aquellos predicadores que se muestran más que poderosos en su lugar secretos con Dios son los más poderosos en su púlpito con los hombres.
Los mensajeros de Dios son humanos, expuestos a las fuertes corrientes de la influencia social, y muchas veces están envueltos por ellas. La oración es trabajo espiritual, y a la naturaleza humana desagrada el trabajo espiritual y taxativo. La naturaleza humana aspira navegar para el Cielo llevada por brisa favorable, y en un mar amplio y muy espacioso.
La oración es trabajo humillante. Ella abate el intelecto y el orgullo, y crucifica la vanagloria; y resalta nuestra bancarrota espiritual; y todo eso es duro de soportarse, de parte de la carne y sangre.
Es más fácil, a partir de ahí, dejar de orar que soportar tales rebajamientos. Así llegamos a uno de los más clamorosos males de nuestros días, o mejor, de todos los tiempos – poca oración, o ninguna. De estos dos males, quizás la poca oración sea peor que no orar nunca. Sí, porque la poca oración es una especie de haz-de-cuenta, una sana-sana para la consciencia, una farsa y un embuste.
El siervo de Dios es exhortado tanto a orar como a predicar. Su misión será incompleta si no hacemos las dos cosas. El ministro o el líder puede hablar con toda elocuencia de los hombres y de los ángeles, pero, si no puede orar con una fe que sacude el Cielo y lo haga descender con todo auxilio, su prédica será “como metal que resuena, o címbalo que retiñe”, en lo que dice respecto a la permanente gloria de Dios y a la salvación de las almas.
¡Qué desafío más grande para cada uno de nosotros es la vida de oración en el discípulo del Señor Jesús! Con toda razón los discípulos clamaron con toda vehemencia: “Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.” (Lucas 1:1). Sabemos que no llegaremos a lugar alguno si no aprendemos del Maestro este camino sobremodo exente.
En el Amor del Señor y en la Lucha por el Reino,
Alberto Magno y Gladys de Sales, sus pastores.